El coche. Propio pero perteneciente a la vía pública. Protector y frágil al mismo tiempo. Algo tan personal, pero en el que cualquiera puede introducirse. Aquí recogemos algunas de las historias más extendidas. Luces. Cámaras. Acción.
Todo sucedió cerca de Talavera de la Reina, en la carretera N-V. Un hombre, cuyas iniciales eran A.J.M., conducía bajo los efectos del alcohol, cuando fue obligado a detenerse por una patrulla de la Guardia Civil que estaba llevando a cabo un control rutinario de alcoholemia.
Mientras la pareja de guardias civiles le estaba pidiendo la documentación, tuvo lugar muy cerca de allí, a unos escasos 300 metros, una colisión entre dos vehículos. Dicho acontecimiento obligó a los agentes a alejarse durante unos minutos de allí para socorrer a los accidentados. Aprovechando la circunstancia, el conductor, que presuntamente estaba bebido, se dio a la fuga.
Cuando A.J.M. llegó a su domicilio, y tras meter el coche en el garaje y cerrar éste con llave, le dijo a su mujer que, si alguien preguntaba, dijera que él había pasado toda la noche en casa. Le pidió, en definitiva, que mintiera para salvarlo de la pérdida de seis puntos.
No obstante, tres horas después aparecieron dos agentes de la benemérita en su puerta. Tanto el conductor como su cónyuge aseguraron que habían estado juntos toda la noche en casa. Juraron y perjuraron, hasta que los agentes les dijeron que les mostrasen su garaje. Allí estaba. Solo y con las luces superiores aún encendidas: el coche patrulla.
La autostopista fantasma
Un matrimonio y su hijo regresaban a su casa tras pasar unos días en la montaña. Una carretera comarcal de América del Sur fue el escenario. El momento: una noche con niebla espesa. De pronto, apareció ante el coche, en medio de la carretera, una mujer con el cuello y la ropa ensangrentados solicitando su ayuda. Tras detener el vehículo, la mujer, muy alterada y llorando, les explicó que acababa de tener un accidente y que su coche se había caído por el barranco. La mujer rogó al hombre que le ayudase, pues tenía un bebé que había quedado atrapado entre los hierros del coche.
El hombre, sin dudarlo un momento, cogió su equipo de montaña y descendió por el barranco. Después de un tiempo, que para su familia se hizo eterno, el hombre volvió muy nervioso y con el bebé entre sus brazos. «¿Dónde está la mujer?». «Está sentada en aquella piedra». Pero al dirigir la mirada hacia el lugar donde apuntaba su dedo índice descubrió que allí no había nadie. La señora había desaparecido. El hombre entró rápidamente en el vehículo, e instó a su mujer a que hiciera lo mismo. Después arrancó el coche y se fueron de aquel lugar. «¿Por qué nos llevamos al bebé? ¿Por qué no buscamos a la mujer?», le preguntó su esposa, a lo que él respondió: «Cuando bajé y cogí al crío, vi a su lado a su madre. La señora que nos pidió ayuda estaba allí. Muerta».
Astucia de mujer
Un joven, que circula solo por la carretera, es embestido por otro coche conducido por una chica, la cual no ha realizado correctamente la incorporación a la vía. Aunque ninguno de los dos sufren daños, los coches quedan prácticamente destrozados. El joven se dirige hacia el otro coche a pedir explicaciones, pero la atractiva mujer le dice con voz melosa: «¿Estás bien? Menos mal que estás bien. Yo también. Esto debe ser cosa del destino, que quería que nos uniésemos. Es una señal». El chico, encantado, le da la razón: «Sí, debe ser cosa del destino…». Con éstas, la chica saca una botella de vino de su maletero y, mirando de forma provocativa al chico, le propone celebrar su buena suerte. Él, nervioso, acepta y se bebe media botella de un solo trago. Al pasársela a la chica ésta tira el resto del vino y dice: «Esperaremos a la Policía para depurar responsabilidades».
Era una oscura noche de invierno en la que la niebla impedía ver correctamente el trazado de la carretera. Un hombre conducía de vuelta a casa intentando vencer el sueño tras un largo día de trabajo, cuando vio a una misteriosa chica parada junto a la carretera. Estática. Vestida con un vaporoso camisón blanco.
El chico, pensando que se trataba de la víctima de un accidente de tráfico, detuvo el vehículo para auxiliarla. La mujer, en silencio, subió al vehículo. A pesar de que el conductor intentaba darle conversación, la chica permanecía callada. Quieta. Inmóvil. «Cuidado con la curva», dijo después de un rato. No obstante, la carretera no parecía tener ningún viraje. De pronto, una curva muy cerrada se hizo visible entre la niebla y obligó al chico a dar un volantazo. El coche quedó atravesado en mitad de la carretera y el chico, asustado, miró el asiento de atrás y preguntó: «¿Estás bien?». Pero allí, en la parte trasera, no había nadie. La chica, simplemente, no estaba.
El coche sin conductor
Un coche sin luces se para ante un autostopista, que decide subirse sin pensárselo dos veces. Al entrar se da cuenta de que, aunque el coche se mueve, nadie está al volante, y comienza a oír jadeos y susurros. «No me hagáis nada, por favor», dice asustado, a lo que uno le dice: «Como no salgas del coche y empujes como los demás, te vamos a inflar a guantazos».
El motorista real
Un amigo de un amigo circulaba por un monte alejado cuando se quedó sin combustible. El móvil: sin cobertura. La gasolinera más cercana: demasiado lejos. No obstante, dio la casualidad de que apareció por allí un simpático motorista que se ofreció a acercarlo a una gasolinera y volverlo a traer hasta el vehículo. Tras toda la operación, el conductor le agradeció encarecidamente su ayuda al motorista, quien se quitó el casco para despedirse, descubriendo así su rostro. El amable motorista, según cuenta la leyenda, era el Rey Juan Carlos.
El coche sin luces
Cuentan la historia de una banda callejera, los Sangre, que recorre las carreteras de la Península Ibérica en plena noche con las luces de su vehículo apagadas. Aquellos que relatan la historia advierten que no se les debe hacer señales luminosas para avisarles de su error, pues las consecuencias serían nefastas. En ese caso, la banda perseguirá al otro coche hasta que consiga echarlo de la carretera y matar a todos sus ocupantes.
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